De nacimiento soriano, pero identidad riojana desde que cruza el parque de la Senobra, el río Cidacos acompaña al viajero en un trayecto maravilloso que descubrieron ya hace mucho tiempo esos enormes gigantes que aparecieron en la Tierra en el período Triásico, hace nada menos que 250 millones de años.
Los dinosaurios camparon allí a sus anchas, sirviéndose del Cidacos como guía, para disfrutar de una tierra plagada de bondades.
Las bajas temperaturas del puerto de Oncala donde nace, hacen de él un río curtido para mil batallas, y los paisajes que atraviesa tras pasar por Yanguas y seguir camino hacia Enciso convierten este rincón de la geografía en un lugar extraordinario. La vieja carretera queda como un hilo de costura maltratado que consigue trasladarnos a otro mundo donde los amantes del turismo rural encontrarán un paraíso.
Recoge las aguas del Cidacos el embalse de Enciso, y entrar en el pueblo que le da nombre es un regalo para los sentidos. Allí se encuentra el santuario de los dinosaurios, el Barranco Perdido, un parque de paleoaventura que no podía haber encontrado mejor emplazamiento, ya que en la zona se han encontrado más de tres mil huellas de dinosaurios.
Las visitas de los niños correteando por el centro de los dinosaurios es siempre de lo más activa, todo un regalo para quienes sienten fascinación por estos saurópsidos que en su día fueron los reyes de la Tierra.
Hablar con Ricardo Ochoa, pionero del Turismo Rural en la zona, es un ejemplo de sentido común.
Vivimos en un lugar privilegiado, pero la ganadería necesita complementos como el Turismo Rural para reactivar la economía de la zona. Se necesita el turismo para dar a conocer nuestro estilo de vida. Hay que dar vida a los pueblos y los visitantes son parte de la solución... Mi casa es parte de mi vida y eso es lo que queremos enseñar a los clientes que acaban como amigos, porque muchos repiten...Ricardo
Enmarcado por el espectacular hayedo de Santiago, el hayedo de Enciso y la sierra de San Cristóbal en un estrecho valle rocoso, es el lugar perfecto de fin de semana donde disfrutar de la vida de los pueblos de siempre, con ambiente para todas las edades. Cualquier persona de entre cero y 99 años encontrará un tesoro en su particular forma: caminatas, buenos tapeos acompañados de buen vino, paseos por calles con sorpresas como la Parroquial de Santa María de la Estrella y la ermita de San Emeterio y San Celedonio o juegos en el parque de aventuras, con piscinas, tirolinas y puentes colgantes del Barranco Perdido.
Desde este pequeño gran paraíso hay también un regalo para los ciclistas, que tienen su propio santuario en la ruta que sube hacia Poyales y Navalsaz, todo un reto para las dos ruedas en un entorno que no tiene en absoluto desperdicio.
También hay que coger un desvío para conocer Munilla, población que recuerda con su arquitectura su pasado industrial y donde también podemos visitar sus yacimientos de icnitas. Esther Lorente gestiona dos casas rurales y su proyecto es casi una apuesta personal.
Me gusta recuperar los antiguos edificios que usaban los pastores como referente de una actividad agropecuaria. La decoración y un cierto aislamiento respecto al pueblo lo convierten en lugares muy especiales...Esther
Continuando a la vera del Cidacos en su viaje hacia el Ebro, el siguiente pueblo que encontramos es Peroblasco, que ostenta la imagen del pueblo perfecto donde encontrar calma, desconexión y aire limpio. Ni siquiera está permitida la entrada a los coches, por lo que un pequeño puente sirve de acceso. El único "humo" que se respira en Peroblasco es de colores, y aparece una vez al año. Lo hace la noche del último sábado de julio, al son de la música clásica que resuena en todo el valle, cuando las casas desprenden vibrantes colores por sus chimeneas, que se desvanecen en el cielo.
Cuentan sus vecinos que es la manera que tienen de celebrar la recuperación de un pueblo que estuvo totalmente abandonado y hoy es un idílico rincón para descansar y disfrutar de la naturaleza. Cada rincón tiene su historia en este tramo del río.
Siguiendo la LR-115 que sigue el curso del Cidacos, imitando sus curvas por el camino, entramos poco después en Arnedillo, otra parada obligada si se quiere respirar a pleno pulmón y zambullirse en aguas medicinales. Allí, entre las sierras de Hez y Peñalmonte, corren las aguas termales naturales que aprovecha el balneario en la orilla derecha del río, a la salida del pueblo.
Perfecto para un agradable baño caliente, ya que sus aguas se mantienen a una temperatura constante de 52 grados. Aquí tomaban sus baños medicinales la burguesía del siglo XIX, que sabían bien dónde escoger lo mejor de lo mejor.
Otra opción es recorrer entre chopos, sauces y fresnos la vía verde que llega a Arnedillo desde Calahorra tras recorrer algo más de 30 kilómetros por una senda que discurre por el antiguo ferrocarril de vía estrecha que dejó de funcionar en la década de los 60. O sentirse un personaje medieval acercándose a los restos del castillo de los obispos de Calahorra, que tuvieron aquí su morada hasta que se convirtió en cárcel de clérigos rebeldes.
Y conocer el pasado de esta tierra cruzando los tres puentes de Arnedillo, construidos en mampostería y sillería, y visitando la iglesia de San Servando y San Germán, de los siglos XVI y XVII, o acercándose a sus tres ermitas, la de San Miguel, la de Nuestra Señora de Peñalba y la de San Tirso, situada en un barranco excavado en la roca.
También habrá tiempo de disfrutar de la gastronomía riojana y de sus buenos vinos de La Rioja Oriental antes o después de visitar el observatorio del buitre, donde además de unas magníficas vistas se puede aprender mucho viendo en directo el comportamiento de la colonia del buitre leonado y sus pollos. Todo un espectáculo.
Solo hace falta avanzar un poco más por la carretera para llegar a Santa Eulalia Somera, donde se encuentran las Cuevas del Ajedrezado, un lugar de gran valor cultural e histórico del valle del Cidacos. Situadas en la repisa natural que hace la montaña, pudieron se le han achacado distintos usos en el pasado. Una hipótesis asegura que fueron osarios donde depositaban los huesos los eremitas que vivían en las cuevas. Otra, que estas cuevas servían para la cría de palomas, tanto para el aprovechamiento de sus crías para carne como para las palominas, que mezclado con paja era un buen abono.
Desde allí podemos bajar hasta Préjano, con una vista panorámica estupenda del valle desde su castillo. Este había pertenecido a la Orden de Calatrava, que allá por el año 1288 cedió a Vela Ladrón de Guevara. También se puede aprovechar para conocer dos iglesias, la de San Miguel y la de San Jorge. O recorrer sin más sus calles para detenerse en las casas señoriales que salpican el pueblo.
Regresando a la vera del Cidacos y avanzando con él por este estrecho valle llegaremos a Herce, al que atraviesa el río. Sus mansiones de hidalgos, con rejería y blasones, dan buena cuenta de que, en su día, los ilustres encontraron aquí el hogar perfecto. Un paseo nos llevará a la parroquia de San Esteban, de comienzos del siglo XVI. Y para los aficionados a las imágenes de postal, seguro que encontrarán un buen regalo en el mirador, situado en lo alto de la peña El Salvador, junto al castillo y a la ermita.
La subida la realiza todos los días algún caminante que encuentra en el trayecto una excelente vista del valle. Este mirador no solo es el enclave perfecto para hacerse una idea de la solemnidad del valle sino que también permite la observación de buitres y águilas volando muy cerca de nosotros.
Desde aquí queda a un paso Arnedo, la segunda población más grande del valle, famosa por sus calzados, una tradición heredada del siglo pasado que continúa con fuerza. Su castillo, que controla toda la villa y también el valle desde las alturas, o la Puerta del Cinto, el único resto que queda de la muralla que protegía Arnedo hace ya unos siglos, son visitas imprescindibles. Igual que la Cueva de los Cien Pilares o la iglesia de San Cosme y San Damián o la de Santo Tomás.
Pero si volvemos al entorno rural para seguir disfrutando de La Rioja más personal, la próxima parada será Quel, que también tiene su propio castillo para controlar el valle. Cuentan que se construyó en un lugar estratégico, al borde de un farallón, para que no se escapara nada de lo que ocurría en la calzada que unía el valle del Ebro con las tierras de Numancia. Dando un paseo por el pueblo toparemos con la iglesia de San Salvador, y si salimos del casco urbano, a un kilómetro aproximadamente de este, llegaremos a la ermita del Santo Cristo de la Transfiguración.
Desde aquí se celebra año tras año el reparto de pan y queso del encuentro que no podían tener otro nombre: la Fiesta del Pan y del Queso, la más antigua de La Rioja, con una peculiar historia que se remonta a nada menos que cinco siglos. Concretamente su origen es de 1479, cuando Quel perdió gran parte de su población por una epidemia de peste a la que solo sobrevivieron 17 de sus 50 habitantes.
El ritmo rural en la zona lo ponen algunos productores muy especializados, la fabrica de chocolate de Virginia Sanz. Bajo en nombre de Peñaquel, se elabora un chocolate que mantiene los sabores más tradicionales, pero también integra piezas de chocolate puro con pacharán o con vino, porque todo oficio necesita una dosis de creatividad.
El chocolate es una fuente de placer y esa es una de las parte más estimulantes de mi trabajo...Virginia
También fuera del casco urbano nos espera otra sorpresa: el barrio de bodegas, levantado en la margen derecha del río Cidacos, donde se excavaron a finales del siglo XVIII las bodegas-cueva cuyo fin era elaborar y conservar el vino. Hoy son uno de los emblemas de Quel, y merece la pena acercarse a sus profundidades para vivir en directo una experiencia que tiene mucho de mágica.
Ya casi llegando al final de este viaje alucinante entraremos en Autol, otra localidad bañada por el Cidacos, que aprovecha su privilegiado entorno para disfrutar de unas estupendas huertas que hacen que sentarse a la mesa sea un verdadero placer. Entre su patrimonio destaca la iglesia parroquial de San Adrián, del siglo XVI, en cuyo interior hay una talla románica en madera de principios del siglo XIII, y una larga lista de edificios blasonados de piedra sillar y ladrillo, además de las ruinas del castillo medieval en lo alto del cerro.
Pero seguramente lo que más llamará nuestra atención son los famosos monolitos de arenisca bautizados como el Picuezo y la Picueza. Son precisamente obra del Cidacos, que llega desde el oeste y al entrar en Autol dibuja un brusco giro a la izquierda que lo conduce hacia el norte. Ese meandro se formó porque al río le costó desgastar la pared rocosa con la que se encontró, y al hacerlo dejó unos monumentos naturales que ahora son el emblema de esta localidad.
Tras ellos se esconde una leyenda que dice que en realidad se trata de una pareja de enamorados que robó fruta de una huerta del pueblo, cuando fueron sorprendidos. En el juicio negaron los hechos y juraron ante Dios que no eran los culpables. Por eso recibieron un castigo desde el cielo y acabaron convertidos en piedra.
Nos enfrentamos ya a la despedida del Cidacos, que tiene lugar en las proximidades de Calahorra, la que en su día fuera la importante ciudad romana de Calagurris Nassica Iulia. Las opciones para el turismo aquí encuentran múltiples formas: la catedral de Santa María, las iglesias de San Andrés, de San Francisco, de Santiago o de las Carmelitas Descalzas, el monasterio de San José, el Palacio episcopal, el museo de la romanización...
Cuando el Cidacos se abraza con Ebro los recuerdos se agolpan. Los recuerdos de la montaña se suavizan. La vida rural se transforma en huerta y jardines mimados por la azada y el cariño del paisano que vive en la zona. Ver correr las nubes también tiene su ciencia.
Un antiguo ferrocarril minero, afluente del que iba desde Calahorra a Arnedillo, sirve de guía en esta ruta que enlaza con la Vía Verde del Cidacos tras aproximadamente 5 kilómetros.
En su día, este trazado férreo servía para que descendieran las vagonetas cargadas de carbón, desde la boca de la mina hasta la estación. Hoy, es un recorrido en total de 10 kilómetros; 5 kilómetros hasta el pueblo de Préjano, que es en realidad la Vía Verde de Préjano, y los otros 4 sobre la Vía Verde del Cidacos, desde Arnedillo hasta el punto de unión de ambas rutas.
En la ruta se atraviesa la parte alta de Préjano llegando después hasta el área de descanso del Cargadero, punto donde se encuentra la boca de la antigua mina. Aunque la vía verde termina aquí, un camino rural conduce hasta el yacimiento de huellas de dinosaurio de Valdemurillo.
En un paseo de aproximadamente dos horas se puede conocer parte del valle del Cidacos y de su singular naturaleza teniendo como excusa las siete ermitas de Arnedillo.
Partiendo del emblemático balneario, donde encontramos la primera ermita, la de San Zoilo, solo hay que tomar la carretera hasta el cruce con la carretera que une Enciso y Soria, en donde está la ermita Virgen de la Torre, seguir caminando hasta el puente de un ojo que lleva al cementerio, cruzarlo y subir hasta la ermita de San Andrés y San Blas.Siguiendo por el mismo camino, nos encontraremos con una bifurcación. En ella hay que tomar el sendero de la izquierda, que da acceso a la ermita de San Miguel, muy cerca de un nevero, y continuar hasta la cima, donde veremos la ermita de Peñalba.
Allí podemos hacer un pequeño descanso para observar la vega del Cidacos y después bajar rodeando la montaña hasta llegar a la carretera LR-115, desde donde se enlaza con la vía verde en dirección a Arnedillo.
Bajando la carretera, a la derecha, termina el paseo en la ermita de Santiago.
La pandemia de peste de Quel en el siglo XV tiene también su vigencia. Los supervivientes del pueblo pensaron que tenían que pedir perdón por sus pecados si querían acabar con la epidemia, así que los supervivientes salieron en procesión desde la Iglesia Mayor hasta la ermita.
Con ellos llevaron trece candelas en honor a once santos de la zona, y aunque la mayoría de las velas fueron consumiéndose, las consagradas a la Virgen y a Jesucristo resistieron más que las demás. Al ver que, tras la procesión, las muertes por peste dejaron de ocurrir, los vecinos pensaron que se había logrado un milagro divino gracias a su petición de perdón.
Y entonces, en agradecimiento, fundaron la cofradía y hermandad de la Transfiguración del Señor, conocida popularmente como del Pan y el Queso, con trece miembros, uno por candela, y acordaron mantener la tradición de la procesión. Esta terminaría con un almuerzo de pan, queso y vino, del que se encargaría la cofradía, lanzado desde la balconada para todos los vecinos.